EL DOLOR DE LA MIGRACIÓN

Edwin Cerrato

Me lo encontré en los bajos del puente Anzalduas, en McAllen, con su pequeño de 16 meses en brazos. Llegaba con procedencia de Florida, Copán, tras 28 días de viaje.

Se fue porque le dijeron que en la frontera de Estados Unidos, estaban dejando pasar a las personas cuando llegaban con niños en brazos.

Y así emprendió su viaje. Tardó 28 días en llegar a McAllen, pagó más de 5.000 dólares a un Coyote para que lo llevara hasta el mencionado lugar. Las consecuencias del tan sufrido arranque de valor, las evidenciaba a simple vista.

El bebé tenía los ojos llorosos, y en sus piernas y brazos llevaba muchas picaduras de mosquitos o zancudos, como un cruel recuerdo de la penosa travesía por Guatemala y México.

Él, mientras tanto, intentaba ser el refugio seguro para el pequeñín, a pesar de su ropa sucia, zapatos blancos a causa del polvo y la arena, y un rostro cansino que no demostraba más que necesidad de descanso.

A punto de registrarse en el centro de procesamiento en los bajos del Puente Anzalduas, tenían tres días de haber cruzado la frontera por un punto ciego, y guardaba celosamente la carga de la batería del celular, para llamar a su padre, quien le iba a recibir en cierto estado de la parte norte de Estados Unidos.

«Me arrepentí cuando venía en camino, pero al estar aquí tengo la certeza que voy a pasar y luego le daré a mi hijo un mejor futuro», expresó el joven de 26 años, que igual que otra gran cantidad de migrantes, viajaron y pagaron para acceder a Estados Unidos, porque alguien les dijo que «aprovecharan el momento».

En Honduras se dedicaba a la agricultura, pero en Estados Unidos tenía la esperanza de ofrecerle un mejor nivel de vida a su pequeño, con la ayuda de su progenitor, quien viajó a ese país hace seis años.

Sus palabras finales, antes que prosiguiera con el turno de registro bajo el apremio de un inclemente sol, fueron conmovedoras y sinceras: «tuve miedo, pensé que no iba a llegar, y hasta me quise regresar porque se aguanta hambre, sed, y se viaja en camiones con mucha gente, pero gracias a Dios llegué».

«No sé cómo he llegado hasta aquí», dijo mientras se le notaba que hacía un esfuerzo por no llorar, y una lágrima estaba a punto de rodar por su mejilla derecha.

Yo mientras tanto, también pensaba lo mismo, y fingiendo un semblante de hombre fuerte, le admiraba su valor de emprender tan peligroso viaje, con esa criatura en brazos.

Mi consejo, sí puede hacerlo, quédese en casa, e intente salir adelante con emprendimientos que requieren trabajo extra, pero permiten algunas ganancias que siempre caen bien en las finanzas familiares.

El dolor de la migración es cruel.